miércoles, 14 de marzo de 2012

Carlos Henrique Pareja


Nació en Sincé Sucre Colombia, el 15 de julio de 1898. Estudió medicina en Cartagena, donde publicó un poemario. Se graduó en derecho, en 1928, en la Universidad Nacional. Publicó varios libros, entre ellos el primer tratado de derecho administrativo que se conoció en Colombia.

Carlos Henrique Pareja Gamboa fue hijo del médico Sabas Pareja y de la modista Eugenia Gamboa Paternina. Su bisabuelo paterno fue el célebre pedadogo Manuel del Cristo Pareja, casado con Lorenza García. Su abuelo por esta línea fue el abogado masón Eloy Pareja García, quien sobresalió como uno de los jefes liberales de la época, compañero de los generales Rafael Uribe Uribe y Benjamín Herrera, diputado por Bolívar a la Asamblea Nacional, con el aval del Partido Republicano; el 21 de agosto de 1887, Eloy Pareja fue investido con el grado 33 por el Supremo Consejo Neogranadino de la Masonería, con sede en Cartagena. En desacuerdo con Núñez y la Regeneración, tuvo que salir de Cartagena, rumbo a las sabanas de Bolívar. El presidente de la República, Carlos E. Restrepo, lo nombró y se posesionó en el cargo de ministro de Obras Públicas, pero, infortunadamente, el 22 de octubre de 1910 lo sorprendió la muerte en uno de los salones del palacio presidencial. Por sus conocimientos jurídicos, por su rectitud y rebeldía fue paradigma para su nieto, quien escuchaba los relatos de sus andanzas, pues no alcanzó a conocerlo.

Carlos H. dice en su Autobiografía: "[.] mi padre murió prematuramente el 5 de mayo de 1899, y yo quedé, a la edad de diez meses, al cuidado de mi madre. Pocos años después mi madre volvió a casarse, y cambió de residencia, y yo continué viviendo con mi abuela materna y tíos y tías, que eran numerosos, hasta la edad de 16 años". 

Sus abuelos maternos fueron Eladio Gamboa y Francisca Peternina. La Niña Pacha, como cariñosamente llamaban a la abuela, era el centro de la familia; cuando se encargó del muchacho tenía más de sesenta años y había quedado viuda con una numerosa prole. Para sostenerse económicamente, montó en la esquina de su casa, en Sincé, un ventorrillo que era surtido por Eladio y Manuel, dos de sus hijos, quienes compraban en Magangué, a cuarenta kilómetros de allí, los artículos para la tienda y los transportaban en su recua de burros desde el puerto, ubicado en la margen izquierda del río Magdalena. 

Carlos H. tuvo un hermano por parte de padre, nacido cinco años antes que él, y a quien bautizaron con el nombre de José, pero le decían Pepe. Su relación con él fue más bien distante; por eso decía que había crecido como un niño solo o hijo único; la carencia de los padres la suplían su abuela y los tíos. Se volvió retraído y rechazaba la vulgaridad y la violencia que veía en sus compañeros de escuela; la timidez se apoderó de él, hecho que le generó cierto complejo que más tarde él definiría como de inferioridad. 

La abuela padecía penurias económicas; no obstante, matriculó a su nieto en la escuela primaria del pueblo, donde aprendería las primeras letras. Allí, sería determinante para su formación el encuentro con sus profesores Pedro José Romero Arrieta y Pedro Antonio Flórez Romero, quienes lo estimularon continuamente en su proceso de aprendizaje: "Mis maestros de la escuela primaria me ayudaron y animaron, y empecé a escribir versos pueriles a novias imaginarias, versos que se publicaron en un periódico del puerto de Magangué cuando yo tenía dieciséis o diecisiete años, y me crearon fama de poeta".

Después pasó a la escuela secundaria a cargo de don Lisandro Ulloa, un maestro "severo con la palmeta", tan usual en esa época. El joven se interesó mucho más por los libros, pero no había bibliotecas donde satisfacer su interés por la lectura. "Terminados los estudios primarios y secundarios, los más altos que era posible obtener en el pueblo, quedé, como muchos otros muchachos de mi clase y de mi edad, vegetando por las calles de la población, para encontrar alguna ocupación que diera sentido y objeto a mi vida.



Carlos H. Pareja vivió su niñez en un ambiente de pobreza. Pero esto no fue óbice para que lo enviaran a estudiar medicina a Cartagena, como había hecho su padre. En esta ciudad contó con el apoyo de Fernando de la Vega, crítico literario, exponente de la intelectualidad cartagenera y editor cultural del diario La Patria.

Identificado con las ideas bolivarianas, dadas a conocer por su maestro P. J. Romero Arrieta, Carlos H. Pareja adoptó el nombre literario de Simón Latino, con el que firmaba sus poemas y escritos como colaborador del periódico de Domingo López Escauriaza.

Luego, en la Universidad de Cartagena, se puso al frente de la organización estudiantil, por lo cual fue designado por sus compañeros como delegado al I Congreso Nacional de Estudiantes, evento que se realizó en Medellín entre el 9 y el 20 de octubre de 1922.

En este Congreso, se trataron temas referentes a la reforma de la educación en Colombia, y los estudiantes, representantes de las diferentes universidades, fueron sus abanderados. Este certamen fue de gran importancia para el país, y la ciudadanía estaba muy pendiente de su desarrollo. El Espectador y El Tiempo, entre otros rotativos, le dedicaban reseñas diarias en primera página.

En este Congreso tuvo la oportunidad de codearse con reconocidos líderes estudiantiles de esa época, entre ellos: Germán Arciniegas y Rafael Bernal Jiménez. Simón Latino fue nombrado segundo vicepresidente del evento y presentó sus dos proyectos: la enseñanza primaria obligatoria y el establecimiento de las cátedras de Biología y Psicología en las facultades de Derecho.

Cuando se abordó el tema de la creación de la Universidad Libre, triunfó la corriente que defendía Germán Arciniegas, con la que se identificó Simón Latino; esto le costó la reprimenda del periodista sinuano Antolín Díaz, quien escribía para el diario El Decoro, de Magangué, y el cual tenía la esperanza de que su amigo estuviera del lado del liberalismo radical, representado por el general Benjamín Herrera.

Su vida literaria comienza con la publicación, en 1923, de “Sacrificio”, en la Novela Semanal, que dirigía el escritor Luis Enrique Osorio. “Antioquia para los antioqueños”, la editó la revista El Gráfico, de Bogotá, en 1924. Otros artículos de su autoría sobre asuntos jurídicos y literarios, fueron incluidos en varios órganos referentes a estos temas.

En febrero de 1924, se matriculó en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional, en Bogotá; donde, desde el principio, sobresalió por su calidad académica y sus ideas libertarias. Allí su colaborador fue el general Diógenes A. Reyes, ministro de Industrias, quien lo puso a trabajar en la dirección de la revista de ese ministerio y le dio la facultad de participar en algunas decisiones propias de esa jurisdicción.

En esa época, el país no tenía una legislación ordenada sobre minas y petróleos y no había juristas ni escuelas de formación sobre este tema. De ahí que Simón Latino, tan pronto terminara su carrera, viajara a la Ciudad de México a especializarse en legislación de minas e hidrocarburos.

Aceptado como miembro de la Sociedad Jurídica, se colocó al frente de diversas actividades, entre ellas varias investigaciones que se tradujeron en ensayos que salieron publicados en la Revista Jurídica.

Con el correr de los años, Simón Latino sería uno de los abogados más consagrados a la defensa de los derechos de los trabajadores, asesor de la Central de Trabajadores de Colombia, CTC, y de los sindicatos obreros. Por tanto, no es extraño que el 9 de abril de 1948, luego del asesinato de Gaitán -cuando invitó a la rebelión en el programa Últimas Noticias- sus primeras palabras estuvieran dirigidas a los obreros de Colombia.

Simón Latino combinó sus estudios de derecho con su pasión por la poesía. Se inició publicando en la página del rincón poético de El Pequeño Diario, de Magangué, después en La Patria, de Cartagena, y en El Gráfico, de Bogotá. Participó en varios concursos líricos y ganó la Violeta de Oro, en los Juegos Florales de Cartagena en 1923.

En 1930, publica “Vida de Bolívar para niños”, relatos históricos sobre El Libertador, narradas con sencillez y con bellas ilustraciones, como si fueran cuentos infantiles. Texto que tiene hoy una vigencia deslumbrante.

En 1933 llena auditorios dictando conferencias sobre diversos temas, especialmente de derecho. Su condición de líder es ejemplar; por su carisma y humildad, los jóvenes se sienten identificados con sus ideales.

En 1940, fue profesor de Derecho Administrativo en la Universidad Nacional, de sus experiencias e investigaciones apareció una obra que titula “Curso de derecho administrativo”, publicada en ediciones sucesivas durante los años 1937, 1939 y 1940.


La obra fue dividida en dos tomos: el primero dedicado a la teoría general del Derecho Administrativo; y el segundo, a la práctica administrativa colombiana. Éste fue un texto importante para su época. Aún hoy, aunque las leyes han cambiado, tienen vigencia algunos de sus apartes. En ese mismo año, es también profesor de la Universidad Libre y ejerce como Conjuez del Consejo de Estado y de la Corte Suprema de Justicia.

La Facultad de Derecho de la Universidad Libre sufrió un vuelco a partir de la publicación de este “Curso de derecho administrativo”. Pareja era de los pocos profesores que tenían texto guía en el desarrollo de su asignatura. Esta obra contenía, entre otros, los siguientes temas: las reglas de procedimiento administrativo, la propiedad industrial y literaria, la asistencia social del Estado, las minas y petróleos, el régimen de tierras, las aguas de uso público, las personerías jurídicas, el comercio de explosivos y análogos. El texto era consultado por personeros, alcaldes, ministros y demás funcionarios.

El 8 de junio de 1942, inaugura su librería-editorial La Gran Colombia, que era, además, un centro cultural donde se reunían escritores, artistas y políticos. Allí publicó una serie de cuadernillos de poesía de autores colombianos, latinoamericanos y españoles. Estos cuadernillos eran distribuidos a bajo precio, y fueron de gran aceptación por el público. Él mismo se encargó de la divulgación. A sus alumnos y a los que visitaban su librería, les enseñaba la importancia de leer a estos poetas. Además, distribuía libros del Fondo de Cultura Económica de México y de editoriales de España y de Argentina. Algo de vanguardia para la época.

En esta labor, Carlos H. puso todo su empeño. Vendió poesía como se vende pan: como algo barato y necesario. Se dio cuenta de que los libros de poesía eran caros y grandes, no accesibles a todo el público, pues la mayoría de la gente común y de estudiantes pobres, no tenía dinero para comprar un texto, ni tiempo para leerlo. Por eso estos cuadernillos fueron un gran invento y tuvieron mucha recepción. Se pusieron de moda en una Bogotá que aún tenía cafés literarios y tertulias.

Para esta época, la situación policiva en el país era difícil. En la Aduana estaban pendientes de la llegada de los libros que, según su criterio, eran subversivos. Los que eran considerados como tales por la Popol (la Policía Política “encargada de purificar las ideas y el pensamiento”), se decomisaban y se quemaban. Igual suerte corrían los periódicos y revistas. Así, por ejemplo, fueron quemadas varias ediciones de “Rompiendo la noche”, de Pianinsky.


Cuenta Albio Martínez que en una ocasión se estaba exhibiendo “El capital”, de Carlos Marx y el agente de servicio informó a su jefe, quien se presentó de inmediato; éste miró el título del libro y reprimió a su subalterno “porque lo había hecho venir para mirar un libro de contabilidad” (71).

Pero el doctor Pareja tenía también sus amigos en la política y en el alto gobierno. A través de ellos lograba contrarrestar en parte la persecución y el decomiso de los libros que le enviaban del exterior.

Luego, la impresión de libros y folletos quiso abordarla él mismo, compró una impresora pequeña que bautizó La Hora. En ella imprimió “Roble y clavel”de Elvira Lascarro, hija de Leopoldo Lascarro, su amigo, y quien había ocupado cargos en el gobierno.

Después, imprimió otro folleto con poemas de Neruda, bajo el título “Que despierte el leñador”. Entre los libros más vendidos en su librería estaban los de su autoría: “Curso de derecho administrativo” y “Código del Trabajo”, éste llegó a ser el primer código de bolsillo que se editó en el país. Los estudiantes de las universidades Nacional y Libre frecuentaban la librería, algunas veces para comprar y otras para robar. Así lo consigna García Márquez en sus memorias “Vivir para contarla”:
“Otro pariente casual, por parte de padre, era Carlos H. Pareja, profesor de economía
política y dueño de la librería La Gran Colombia, favorita de los estudiantes por la buena costumbre de exhibir las novedades de grandes autores en mesas descubiertas y sin vigilancia. (...) Me enfrenté al maestro Carlos H. Pareja, mientras tres de mis cómplices escapaban en estampida. Por fortuna antes de que alcanzara a disculparme me di cuenta de que el maestro no me había sorprendido por ladrón, sino por no haberme visto en su clase durante más de un mes. Después de un regaño más bien convencional, me preguntó: ¿Es verdad que eres hijo de Gabriel Eligio? Era verdad, pero le contesté que no, porque sabía que su padre y el mío eran parientes distanciados por un incidente personal que nunca entendí” (72).

El símbolo de la Librería-Editorial era un óvalo y dentro de él, un libro abierto, un par de cuernos de la abundancia, llenos de monedas; de cada una de las astas sobresalía un ramo de oliva. El óvalo aparece cruzado por una banda ancha que resalta a cada lado la inscripción La Gran Colombia. En la parte superior, en el lado izquierdo, se lee en letras pequeñas la palabra Librería; y en el derecho, Editorial.

El 9 de abril de 1948, después del asesinato de Gaitán, el doctor Carlos H. Pareja fue encarcelado por vociferar en una emisora contra el gobierno e incitar a la revuelta. La librería sufrió destrozos de la turba y fue incendiada.

Como era considerado incitador de las masas, le fue difícil conseguir local y apartamento para ellos y su librería, pues nadie quería arrendarles. Y los pocos que lo hacían, era por corto tiempo. Se vieron obligados a cambiar de sitio varias veces.

Debido a la situación que se vivía en el país, y a su persecución, Carlos H. Pareja viajó a Argentina, donde se vinculó a la Universidad de Buenos Aires. Allí revalidó su diploma de abogado e ingresó como profesor a la misma. Fundó la empresa editorial Nuestra América y prosiguió con la tarea de publicar libros y realizó una última entrega de sus cuadernillos de poesía con poetas brasileños, a quienes promocionó en toda América.

Carlos H. Pareja alternó su vida viviendo en el país y el exterior -Argentina, México, Estados Unidos, Canadá-; estudió, compiló y escribió poemarios, novelas, ensayos y libros de derecho. Fue una autoridad en temas que tuvieron que ver con el derecho y el
reordenamiento administrativo del país, y un impulsor incansable de la poesía.

Juan Gossaín, sobre Simón Latino, escribe: “Fue un hombre que emprendió la titánica tarea de llevarle al pueblo, en fascículos baratos, la obra de los poetas de Colombia y del mundo; que logró vender versos en las plazas de mercado entre el cacareo de las gallinas y el olor de las lechugas; que escribió unos versos propios que ya nadie recuerda; que tradujo estrofas de los cantores haitianos del vudú y del amor; este hombre que además de todo esto, enseñaba los trucos del derecho administrativo mientras compilaba a Rubén Darío, dejó escrita en su testamento su última voluntad: “Quiero que cremen mis restos y esparzan mis cenizas en el mar” (73).

Publicó varios libros, entre ellos, los ensayos y cuadernillos

  • “Gobierno del pueblo, bases para una nueva Constitución que acabe con la miseria del pueblo”,
  •  “Tratado de derecho administrativo”,
  •  “Vida de Bolívar para niños” (1930)”; 
  • los poemarios “Las campanas del ángelus” (1920),
  • “Canciones humildes, versos pasados de moda” (1930), reeditados en México, en la Editorial Stylo, con el título de “Versos” (1946); 
  • las novelas “Sacrificio” (1923),
  •  “Antioquia para los antioqueños” (1924),
  • “Cuadernillos de poesía” publicados desde 1940 hasta 1965 y distribuidos a bajos precios.  Hacía 1980, se recogieron estos cuadernillos en varios tomos, ya que Simón Latino supo escoger autores naciones e internacionales y les hacia una breve reseña bio-bibliografica. 
  •  “El monstruo” (1955). 
Murió en Vancouver (Canadá), en 1987. El investigador Albio Martínez publicó una investigación sobre este escritor y político, titulada “Simón Latino y la Librería La Gran Colombia, patrimonio cultural de Bogotá”, con la cual obtuvo el “Premio nacional de ensayo Hernando Téllez”, 2004. El texto, que fue publicado en diciembre del mismo año por el Instituto Distrital de Cultura y Turismo de Bogotá, significa una valiosa reivindicación de este importante hombre de letras y de pensamiento del Caribe colombiano. Este trabajo de Albio ha servido de fuente para el texto que sigue.
Fuente:  http://www.semana.com/wf_ImprimirArticulo.aspx?IdArt=84418

 El Poetas de siempre (74)
Más de dos décadas –aproximadamente de 1940 a 1965- duró Simón Latino publicando los , los cuales distribuía a bajo precio y por todas partes. Pero eso sí, con mucha calidad. Con autores latinoamericanos y nacionales, escogidos y reconocidos, a quienes Latino les hacía una breve reseña bio-bibliográfica.


El tomo IV, por ejemplo, cuya primera edición fue publicada en 1991, bajo la coordinación editorial de Alba Inés Arias, lo conforman los jóvenes poetas de ese entonces: Susana March, Evaristo Carriego, Enrique González Martínez, Carlos Castro Saavedra, Miguel Hernández; una antología de la poesía brasilera contemporánea, donde sobresalen Vinicius de Moraes y Tiago de Mello; una sobre poesía sexual; otra, a la que él llama “La fuente”, que es “El cantar de los cantares”, de Salomón; un capítulo dedicado a los maestros, donde sobresalen Rubén Darío, Leopoldo Lugones, José Asunción Silva, José Martí, y otros.

El capítulo número II está titulado “Sexo y alma”, y, entre otros, aparecen poemas de Juan Ramón Jiménez, Delmira Agustini, Miguel Rasch Isla, César Vallejo. Continúa esta antología con “Campo de batalla”; sobresalen, entre los poetas escogidos, Federico García Lorca, Rafael Alberti, Dulce María Loynaz, León de Greiff, Vicente Aleixandre.

“Cuerpo de mujer”, título del poema I de Pablo Neruda, también da título al capítulo V de esta selección, que comienza, precisamente, con el vate chileno. En este capítulo aparecen, además, Octavio Paz, Vinicius de Moraes, Miguel Hernández, y otros.

Jorge Gaitán Durán, Manuel Pacheco, Dolly Mejía, Susana March, entre otros, forman el cuadernillo Número VI de este libro, que se titula “Celeste carne”, combinación de pasión y amor.

“Lucha de raíces” son poemas a la tierra, a la patria, a lo que somos. Entre los autores escogidos para este aparte, se encuentran Carlos Castro Saavedra, Rosario Castellanos, Jaime Sabines, Ileana Espinel.

En estos cuadernillos se observa la calidad de los poetas seleccionados. Y para que haya calidad, el antologador debe ser una persona de conocimiento en el arte de la poesía. Y Simón Latino lo era. De ahí que creyó necesario divulgarla a todas las clases sociales y a bajo costo, como un artículo más de la canasta familiar. La poesía como comida, como bebida, como un buen vicio para poder sobrevivir.

Es de anotar su incansable búsqueda en bibliografías de la época. Algunos de estos poetas eran y son difíciles de conseguir en cualquier librería. Aún hoy algunos nombres nos pueden sonar raros, como Susana March, Dante Milano, Adalgisa Nery, Manuel del Cabral, Carlos Sabat Ercasty, entre otros.

Muchos de estos poetas, en la época en que Latino realizó sus Cuadernillos, eran jóvenes, empezaban en el arte de la poesía, como Carlos Castro Saavedra, Ileana Espinel, Jorge Carrera Andrade, Jaime Sabines, Thiago de Mello; Latino sabía que quedarían para la historia poética del mundo.

Las notas de presentación que le hace a los antologados son una muestra más de la claridad de la palabra poética que tiene Latino. Por ejemplo, de Carlos Castro Saavedra dice: “… el producto de una generación que ha crecido bajo el signo de la violencia. Esto explica, en parte, el tono de su poesía, que él mismo califica de “centelleante”. Se caracteriza esta poesía por el brillo de las palabras, el chisporroteo de las imágenes y aún por los medios explosivos que usa para expresarse”.

De Vinicius de Moraes, el gran poeta brasilero, dice, en algunos apartes: “… ha representado en su país un papel parecido al que Pablo Neruda ha cumplido en la América española: un papel de agitador y de creador de nuevas sensaciones poéticas,
para lo cual dispone de una extraordinaria riqueza de temas y de ritmos, casi sin paralelo en la poesía contemporánea. Manteniéndose siempre dentro de una tónica original, altamente inspirada”.

De Juan Ramón Jiménez, escribe: “En ningún poeta contemporáneo se puede observar una vinculación tan íntima entre sexo y alma como en Juan Ramón Jiménez”.
 De Miguel Rasch Isla, el poeta caribeño, anota Latino: “Artífice del soneto galante, este poeta fue también sacerdote del culto fálico, al que consagró un libro prohibido: “La manzana del edén”, en donde exalta los primores de la exquisita fruta y rinde a Eva desnuda el merecido homenaje”.

Y Pablo Neruda, el gran poeta de América, no podía faltar en los cuadernillos de Latino, a quien le expresa su admiración escribiendo de él: “… es el poeta que con más fuerza y realismo ha cantado en América el gran misterio del amor sexual… sin que haya otro poeta en nuestra lengua que pueda equiparársele, por la fuerza de su lirismo, la novedad de su estilo y el modo siempre nuevo que tiene de expresar lo inexpresable”.

“Poetas de ayer y hoy”, queda como un testimonio de la labor titánica de Simón Latino. Sus cuadernillos de poesía, aunque dejaron de publicarse, hacen parte de la historia poética de este país. Fue una labor hecha por un caribeño que engrandeció a los poetas escogidos y a los lectores.

Sacrificio: enigma e indecisión (75)
“Sacrificio”, novela corta de Simón Latino -Carlos H. Pareja- es una narración rápida, de hilos misteriosos, de enigma tras enigma. Pero no parece encajar dentro de la novela de terror, ni de fantasía; pero tiene un poco de cada uno de estos aspectos. Ah, y el inefable amor.

La historia sucede en Cartagena. Él, Luis Villena, es un joven con un cúmulo de interrogantes sobre su pasado, que no está contento de sí mismo, que guarda secretos que lo atormentan y que es débil para enfrentarse a la vida.

Ángela, la joven que está enamorada de él, es otra de las víctimas. Ella lo ama, sin más razones. Sus padres la quieren obligar a casarse con un joven rico de la ciudad - costumbre muy de moda en esa época-, pero ella quiere entregarse a Luis. Es un amor sincero, puro y valiente, porque lo defiende, especialmente de su padre, que es quien la quiere casar con Andrés.

Luis vive solo en una inmensa casa heredada de su progenitor, muerto muy joven y quien era un hombre aventurero y despilfarrador. Había dejado muchos vástagos regados por todas partes y deudas imposibles de cancelar por su hijo, a quien le embargaron y luego le quitaron la casa. Desesperado, el joven intenta suicidarse.

La novela desarrolla el sufrimiento y la dualidad de Luis. Ama a Ángela, pero no puede entregarse a ella. ¿Por qué? Ni él mismo quiere recordarlo. Hay una fuerza superior a él, una barrera, que le impide desarrollar ese amor. Ángela lo visita, le escribe, le declara sus sentimientos; pero él huye, le dice que la ama, pero que, simplemente no puede ser. La mamá de Ángela –doña Raquel de Manzanares- también parece que guardara un secreto. No obliga a su hija a casarse con Andrés, pero la persuade para que olvide a Luis.

Entre estas dudas: amor, dolor, deber, enigma, indecisión, se mueve el joven. Luego, envía una carta a su enamorada, donde le dice que, simplemente, lo olvide, que no hay ninguna esperanza para realizar ese amor. Para ella este golpe fue muy duro. Se tomó un veneno y murió. Luis, entonces, se sumerge en una especie de neblina, en un tiempo sin horas, en un abandono total de todas sus fuerzas. A los tres días va a visitar la tumba de su amada. Allí llora y, por fin, le confía su secreto. Ángela no es de apellido Manzanares, es Villena y es su hermana.

Es una novela que marcha al compás de los tiempos en que fue escrita. El final es inesperado. Quizá el suicidio de ella se vislumbre. Pero se ve más lógico el de él. Sin embargo no lo vuelve a intentar, y prefiere cargar su dolor por el resto de su vida. Tal vez este castigo sea más fuerte que si se hubiera muerto junto a Ángela. Se siente culpable de la desgracia de la muchacha, pero más desgraciada habría sido si se hubiera casado con él. Luis se resigna a seguir viviendo así, entre el dolor y el sentimiento de culpa.

A pesar de ser una historia romanticona, Latino demuestra aquí su posición filosófica frente al mundo. Luis Villena es su alter ego, de pensamientos libres, de dudas acerca de los sucesos de la vida. El joven reflexiona: “Creo en Dios, ¡quien lo duda! Pero creo a mi manera. Creo que Él es la causa suprema de todas las cosas, pero que no interviene ni en nuestros actuales ni en nuestros finales destinos. No se puede ser supremamente
poderoso sin ser supremamente indiferente y supremamente cruel. Es una teoría absurda; yo, más que nadie, lo sé; pero es mía” (P. 166).

Podemos decir entonces que “Sacrificio” es una novela sicológica. La duda, la incertidumbre, el amor, el desamor, las preguntas sobre la existencia y los sucesos en que se desenvuelve Luis, y sus reflexiones acerca de la misma, son parámetros para clasificarla como una novela más de confusiones que de verdades, lo que en muchas ocasiones es la vida.


 Carlos H. Pareja y su novela histórica (76)
La novela “El monstruo”, de Carlos H. Pareja, está dividida en trece capítulos. Y empieza momentos antes del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, cuando en el Café Tivolí, el doctor Cesáreo Díaz Perdomo -César- advierte, al escuchar su nombre y el del líder liberal, la extraña presencia de unos sujetos; a uno de ellos, disfrazado de limpiabotas, lo reconoce: es el guardaespaldas de El Monstruo. César no tiene dudas: vigilan al jefe. Sale a prevenirlo. Cruza la calle y entra al edificio donde éste tiene su despacho.

Pero ya las cartas están echadas. Suenan los disparos. Afuera yace el cuerpo ensangrentado de Gaitán. En la escena del crimen, se encuentran los verdugos, uno de ellos, para no dejar cabos sueltos, incita a la gente a matar al asesino. El hecho se consuma. Del suelo recogen a Gaitán. Queda una mancha roja ante la cual se inclina y ora la muchedumbre. (Unos, beberán de ella; otros, se la llevarán en su pañuelo). Hay la certeza de que se ha destruido todo un pueblo, una esperanza.

La muerte de Gaitán se confirma. El pueblo, apesadumbrado y furioso, decide tomarse el poder. Se necesitan armas. Un capitán pone al servicio de la causa popular el armamento castrense. Pero la turba se bifurca: los que, bajo el comando de César, quieren ir a los cuarteles e integrar una Junta Revolucionaria; y los que, acicateados por los autores del crimen, reclaman valentía: hay que abrir las ferreterías. César transmite un fuerte discurso por la radio. En éste, advierte sobre los saboteadores, a los que se debe eliminar, y los peligros de la revolución; como los saqueos y los incendios.

Mientras César y su séquito daban por muerto al Monstruo y colgados de los faroles a sus secuaces, en el Gun’s bar la aristocracia planeaba la contrarrevolución. Allí se maquina traer refuerzos, abrir las licoreras, iniciar el vandalismo, soltar a los presos e instalar por toda la ciudad anónimos y eficaces francotiradores. La misión: incitar el caos, salvar el régimen.

El Monstruo huye de la hecatombe en un tanque militar. Se refugia en un cuartel. Es un cobarde. Siempre lo ha sido. Es un hombre contradictorio, sádico, paranoico, resentido. De niño, era egoísta, grosero, malo. En la soledad afilaba su odio y su impotencia. Ahora, en el cuartel, mastica su temor agradeciendo a su dios el haberlo salvado. Pero el miedo le hace cagar. El Monstruo decide que lo mejor es salir del país. ¿A dónde?: a la España franquista.

En las calles, las cosas no son fáciles. César es testigo del saqueo a un almacén de ropa por parte de dos mujeres y de la muerte de una de ellas a causas de un francotirador. El hombre decide ayudar. Se acerca a la rubia que llora la pérdida de su amiga; la rubia se llama Cristina, una aristócrata indiferente que hasta ese momento odiaba al pueblo, carga el cadáver al carro y lo lleva al hospital. Hay mucha gente en el centro médico, por lo que
considera conveniente regresar más tarde.

César conduce a Cristina hacia su apartamento. Allí hacen el sexo. En la madrugada, deja el cuerpo de Betty en el hospital. Al regresar a casa, habla con Cristina. Se hacen confesiones. Surge el amor. Se separan. La mujer vuelve al Gun’s Bar, de donde salió con su amiga. Cuando llega es interrogada por todos, incluido el esposo de la occisa. Cuenta lo sucedido. Menos lo referente a César. Pero no hay necesidad de que lo mencione porque los verdaderos asesinos están pensando en aprovechar la coyuntura: culparán al “jefe de los amotinados” de la muerte de Betty.

César va a la cárcel. (Le dicen que Cristina lo ha delatado). En ésta, es testigo de las torturas que sufren otros presos. Métodos de confesión. Un teniente le propone la fuga. Pero César quiere, ante todo, ver a Cristina. El oficial se la lleva. Hablan. Aclaran las cosas. Reiteran su amor. Su lucha. El consejo de guerra lo enjuicia. La condena: más de ocho años de cárcel. Se le ha culpado de rebelión y de “autor intelectual del homicidio frustrado del Monstruo y Fontalba”. César se fuga. Cristina y sus dos hijos, los de ella, lo acompañan. Se irán para el Tolima, a Icononzo, a combatir en la guerrilla de Juan de la Cruz. El campamento subversivo lo ilumina Cristina con su feliz embarazo.

El gobierno, bajo la consigna de sangre y fuego, cerca a los guerrilleros. El método es dejarlos sin sal. Los insurgentes, impelidos por la falta de este mineral, montan un operativo. Van hacia el matadero del pueblo. En la refriega con los Chulavitas, muere uno de ellos. Se consigue la sal, pero hay luto entre los subversivos. Quizá el primer augurio. El gobierno, continuando su táctica de sabotaje y desprestigio, ataca desde el edificio de El Tiempo a los dolientes que seguían el entierro de cinco policías muertos en combate. Fueron incendiadas las oficinas de El Espectador. A la prensa se le puso la mordaza de la censura.

El Monstruo, luego de haber sido senador y presidente, es derrocado. Sube al poder un general. Promete paz, justicia, perdón. Incluso, a los insurgentes. Los guerrilleros de las huestes de Juan de la Cruz, creen (bueno, algunos). Deciden rendirse, pero cuando se disponen a sellar el pacto de entrega de armas, son sorprendidos con la orden de fuego. Mueren Juan de la Cruz y César. También los hijos de Cristina. Ésta, enceguecida de dolor, pide volver a las armas, a continuar la lucha.

Esta síntesis que hemos hecho demuestra que nada de lo que sucede en la novela nos es extraño. Aunque sí doloroso. Ésta es la historia real de este país. Con otros nombres y otras circunstancias. Pero en esencia, la misma. Desde el inicio, en una breve nota, el autor –Carlos H. Pareja- advierte que no es “historia pura” ni “autobiografía”. Sólo su testimonio.

La novela padece de afectaciones, cursilerías y retóricas; por ejemplo: el arquetípico tratamiento del amor: eterno, predestinado, vertiginoso (así como lo soñaba Emma Bovary), plantea un problema fundamental: el de la utopía. La fe en la lucha, en el ideal. Precisamente en un país como éste, podrido desde sus raíces. César y Cristina, junto con sus compañeros, creen. Quieren acabar el mal que encarna El Monstruo. Sólo al final, cuando César ya está muerto, Cristina intuye que la guerra va a ser indefinida, inútil; El Monstruo no es uno, hay miles esparciendo su semilla de maldad e injusticia.

Quizá lo que gusta de esta novela –además de la habilidad con la que Carlos H. Pareja narra su historia- es esa tensión que existe entre el romanticismo y el realismo cruel, el que termina imponiéndose irremediablemente. Cómo una idea, la idea de la justicia, hace que un hombre abandone su vida y se meta al monte a morir o a ver morir a la gente que ama. ¿Para qué? Ahí viene lo terrible, lo insalvable, lo humano envilecido.

 La poesía y los poetas en Latino-América (77)

Por SIMÓN LATINO
La revista “Américas”, órgano de la OEA (Organización de los Estados Americanos, que se publica en Washington, me pidió un reportaje sobre mi labor editorial. He aquí el texto del mismo:
De todas mis experiencias editoriales ninguna evoco con más deleite que la que me ha convertido en editor casi exclusivo de la poesía y de los poetas de este continente de la esperanza. Hace 17 años que me ocupo de esto, y el resultado, que nunca preví cuando me inicié como editor de poesía durante la segunda guerra mundial, me ha sorprendido a mí mismo; hoy mis “Cuadernillos” circulan profusamente de mano en mano en todos los pueblos y ciudades de América, de Esta América que, como dijo Rubén Darío, “aún reza a Jesucristo y aún habla en español”, llevando por todas partes un mensaje de comprensión y de amistad entre los hombres y las mujeres de estas tierras nuevas, en donde la poesía es el lenguaje que todos entienden. Ya se ha dicho, en broma desde luego, que aquí, en Latino-América, todo mundo es poeta… ¡mientras no se demuestre lo contrario! Desde el gerente de un gran Banco hasta el modesto ascensorista, todos tienen su poeta favorito, algo así como su poeta de cabecera. No se olvide que hay un proverbio español que dice:
De médico, poeta y loco todos tenemos un poco.


POESÍA Y LIBERTAD:
Ese dicho es realidad en América, cuyos problemas económicos tan agudos no le hacen olvidar sus canciones, sus poemas y sus novelas de amor. El latinoamericano es, por naturaleza, sentimental y apasionado. Sólo hay una cosa que ama más que a la poesía, y es la libertad. Tal vez haya en esto una predestinación, puesto que en América la poesía y la libertad nacieron juntas: durante la larga lucha que sostuvimos para hacernos independientes y libres, nuestros voceros más aguerridos fueron los poetas. Y las primeras voces que se alzaron contra los abusos de los representantes del Rey de España –más de un siglo antes de que las guerras de independencia propiamente dichas se iniciaran-, lo hicieron en verso. Los “corridos”, “libelos”, “pasquines”, “cielos”, “vidalitas” y “huaynos”, expresaban poéticamente, de una a otra punta de América colonial, las ansias de libertad del pueblo oprimido. Fueron nuestras voces de gesta, y en conjunto forman nuestro romancero. Cuentan los historiadores que la sublevación de Tupac Amaru, en el siglo XVIII, se hizo a base de pasquines, pero pasquines en verso, en los que se excitaba a los indios a matar sin temor a los encomenderos que los despojaban de las tierras ancestrales. A fines del siglo citado, un pasquín en Oruro, alto Perú, decía:
“¡Levantarse, americanos!
Tomen armas en las manos,
y con osado furor,
maten, maten sin temor
a los Ministros tiranos!”

Había que decirlo en verso para que el pueblo lo cantara, pues no sabía leer, y cantándolo, se le metiera en el corazón y en la cabeza, y lo convirtiera en arma contra la opresión. Y eso mismo ocurrió en todos los rincones de América, desde mucho antes de la aparición de los grandes caudillos populares, como el inca Tupac Amaru o el comunero Galán. Cuando, muchos años más tarde, surgieron los libertadores cultos, Bolívar en el norte, y San Martín en el sur, la poesía fue el principal vehículo de comunicación de los pueblos ansiosos de libertad. He aquí, como ejemplo de esto, la escena que uno de los tenientes de Bolívar relata sobre la vida de aquellos años (1817) en los llanos de Venezuela:
“Al anochecer, durante los descansos, se organizan bailes mezclados de canciones originales. De la inmensa poesía de las extensas soledades y de las adorables y arrobadoras noches del ecuador, en que el negro transparente de la bóveda celeste se salpica de luz y es surcado por el fuego de las estrellas errantes, algo se ha comunicado al alma del llanero. En esa alma, de horizontes tan imprecisos como los de sus llanos mismos, siente el llanero revivir los instintos ancestrales: el orgullo del árabe, la jactancia andaluza, la resignación dócil y la pueril alegría del negro; a veces, también, la reminiscencia del indio perseguido:
“Sobre la yerba, la palma;
sobre la palma, los cielos;
sobre mi caballo, Yo,
y, sobre Yo, mi sombrero (78).”

EN EL RÍO DE LA PLATA:
Al otro extremo de América, también por aquellos años, en la tierra gaucha, en las inmensas pampas argentinas, a orillas del Río de la Plata, Bartolomé Hidalgo, el criollo poeta y precursor (1788-1822) lanzaba al aire su primer “cielo”, forma de poesía muy parecida al “romance”, en la que el indígena vertía su ingenuidad y su esperanza:
“Si de todo lo creado
es el cielo lo mejor,
el “cielo” ha de ser el baile
de los Pueblos de la Unión.
Los constantes argentinos
juran hoy con heroísmo,
eterna guerra al tirano,
guerra eterna al despotismo”.

Grandes poetas posteriores, como Esteban Echeverría, Hilario Ascasubi, Estanislao del Campo, y el formidable José Hernández, con su clásico Martín Fierro, obtuvieron luego la tradición en estas tierras, en donde hasta un gran Presidente, Bartolomé Mitre, empleó la forma poética para expresar sus pensamientos políticos. Tradición continuada luego por José Martí, el libertador de Cuba, que antes que militar y que político, fue poeta, y gran poeta:
Yo soy un hombre sincero
de donde crece la palma;
y antes de morirme quiero
echar mis versos del alma.
Yo quiero, cuando me muera,
sin patria, pero sin amo,
tener en mi losa un ramo
de flores, y –una bandera.

ESTIMACIÓN DEL POETA:
La poesía es, pues, en nuestra América algo más que una tradición, una institución, de tanta importancia como cualquiera otra. Ella es la forma más espontánea y natural con que el pueblo expresa sus anhelos e inquietudes, sus alegrías y sus penas; lengua que aprende desde la cuna casi, pues aún antes de saber leer aprende a cantar y a recitar sus poesías y canciones favoritas. Esto explica la veneración y el respeto que en esta América se tiene por los poetas, por los grandes poetas de nuestra lengua y nuestra raza. Las naciones los honran, los pueblos los aman. Muchas ciudades designan sus calles y sus plazas con nombres de poetas, aunque no sean los suyos: tal, por ejemplo el caso de Bogotá, en donde una plaza y un monumento recuerdan al poeta peruano José Santos Chocano, que fue embajador de su país en Colombia; y el de Buenos Aires, en donde, al recobrar el país su libertad, recientemente, las autoridades consagraron una de sus más bellas plazas a la memoria del máximo representante de la poesía de América, el nicaragüense Rubén Darío, que fue cónsul colombiano en Buenos Aires en 1895, y cantó a la Argentina con voces que no serán olvidadas.

AMÉRICA, AMIGA DE LOS POETAS:
América es, pues, tradicionalmente amiga de los poetas. Y yo, sin duda, pensaba en esto cuando en 1943 inicié la publicación de mis “Cuadernillos de Poesía”. Yo era entonces un novato en el oficio editorial, pero no ignoraba que la peor proposición que podía hacerse a un editor cualquiera era la de editar un libro de versos. –“La poesía no se vende”, decían y aún dicen algunos editores y libreros. Pero yo creí lo contrario: los buenos poetas tienen y tendrán siempre lectores. Los poetas auténticos no pasan, persisten. Perduran más allá de las modas y los estilos, resisten al tiempo, son eternos.
Esto lo demuestra la historia de todas las literaturas, de todos los pueblos, de todas las razas, de todas las religiones. Porque la poesía es, a mi juicio, otra forma de religión; y uno de los mayores encantos de Jesucristo es, precisamente, que dijo las verdades más profundas en el lenguaje más poético. Yo estaba seguro, pues, de que una colección editorial que recogiera “los mejores versos” de los mejores poetas de ayer y de hoy de la lengua castellana, no podía fracasar. Porque si bien los tiempos cambian y los gustos se modifican, hay cosas que persisten transformándose; y una de ellas es la poesía. “El hombre, dijo Montaigne, es cosa vana, variable y ondeante”. Este tema ha sido desarrollado por un gran poeta latino-americano poco conocido, Porfirio Barba-Jacob, muerto en México en 1942, en su “Canción de la vida profunda”, poema con que yo inicio la selección de sus poesías, en que el poeta pinta la inestable sicología del latinoamericano típico; dice Barba-Jacob:
Hay días en que somos tan móviles, tan móviles,
como las leves briznas al viento y al azar.
Tal vez bajo otro cielo la gloria nos sonríe.
La vida es clara, undívaga y abierta como el mar.

SOBRE LOS POETAS MODERNOS:
Mis primeros Cuadernillos los imprimía yo mismo, por afición, en una modesta prensita “Chandler & Price” de cuarto mayor. Los hacía de cuatro en cuatro páginas, en cantidades que no pasaban de 2.000 ejemplares. Han pasado 17 años… Hoy, aunque parezca increíble, hago ediciones hasta de 40.000 ejemplares por título, habiendo superado ya el primer millón de ejemplares editados y vendidos en todos los rincones de América.

Muchos títulos se agotan a poco que salen a la venta. Otros, duran. Son los de aquellos poetas modernos, de difícil digestión para el gran público, oscuros o herméticos, que entran al alma, no por el lado del corazón, sino por el lado de la cabeza. Leer poesía es un arte como cualquier otro, cuya perfección requiere tiempo y disposición espiritual. La poesía moderna es, por lo general, incomprensible para la mayoría, ilegible para muchos, detestable y aún odiosa para los menos. Pero yo tengo mi clave para guiarme en ese laberinto. El poeta auténtico gusta aunque sea oscuro; tal es el caso de Juan Ramón Jiménez; el falso poeta es un simple prestidigitador, que nos ilusiona sin convencernos. A mí, como editor de poesía, y también como lector empedernido del género, me convencen los poetas de ayer que se dejan leer todavía hoy (tal el caso del colombiano Rafael Pombo), y los poetas de hoy que son capaces de escribir como los de ayer (tal el caso del español Miguel Hernández). Para ser un buen poeta moderno hay que demostrar que se es capaz de escribir poesía clásica. Del mismo modo que no se puede ser un buen pintor moderno sin conocer la técnica del dibujo. Por eso Picasso es Picasso. Y por eso no pasa Rubén Darío…

LA POESÍA DE SIEMPRE:
En mi colección han aparecido hasta ahora los más notables poetas contemporáneos de España y América, tales como Guillermo Valencia, José Asunción Silva, Pablo Neruda, Rafael Pombo, Rubén Darío, Porfirio Barba-Jacob, José Santos Chocano, José Eustasio Rivera (el novelista de La Vorágine), Federico García Lorca, Amado Nervo, Antonio Machado, Gabriela Mistral, Luis C. López, Juan Ramón Jiménez, Alfonsina Storni, José Eusebio Caro, León de Greiff, César Vallejo; Juana de Ibarborou, Leopoldo Lugones, Enrique González Martínez y Miguel Hernández, entre otros; pero la colección prosigue, y otros grandes nombres, como los de Carlos Sábat Ercasty, Jorge Carrera Andrade, Manuel del Cabral, José Martí, Enrique Banchs, Julio Herrera y Reissing, Germán Pardo García, Carlos Drummond de Andrade, Manuel Bandeira, entre otros muchos, habrán de seguirlos. Junto a los poetas más famosos, incluyo también, entremezclándolos, a poetas jóvenes, y aún a desconocidos que yo he descubierto, o a poetas célebres en sus propios países, pero no tan conocidos en el resto de América, como Andrés Eloy Blanco, Eduardo Carranza, Susana March, Meira Delmar, Alberto Ángel Montoya, Jorge Artel, Medardo Ángel Silva, César Dávila Andrade y Carlos Castro Saavedra, entre otros. Aunque encuentro cada día mayores dificultades económicas, que se agrandan con el crecimiento de mi “empresa”, mi labor continuará, porque aspiro a formar con esta colección, y con el tiempo, un digesto definitivo de la poesía de América, de aquella que perdura, de la que yo mismo he llamado “la poesía de siempre”.
Buenos Aires, 1959

Notas:
(71) MARTÍNEZ SIMANCA, Albio. Simón Latino y la Librería La Gran Colombia, patrimonio cultural de Bogotá.
Bogotá. Alcaldía Mayor de Bogotá e Instituto Distrital de Cultura y Turismo. 2004. P. 109.
(72) GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. Vivir para contarla. Bogotá. Editorial Norma, 2003. P. 127.
(73) GOSSAÍN, Juan. Simón Latino: sus cuadernillos y su época. Rev. Casa de Poesía Silva Nº 2. Bogotá, enero de 1989.
(74) LATINO, Simón. Poetas de ayer y de hoy. Tomo IV. Bogotá. Ed. La Gran Colombia, 1991.
(75) LATINO, Simón. Sacrificio. En: La novela semanal N° 16. Bogotá. 10 de mayo de 1923.
(76) PAREJA, Carlos H. El monstruo. Buenos Aires. Editorial Nuestra América. 1955.

(77) LATINO, Simón. Poetas de ayer y de hoy. Tomo IV. Bogotá. Editorial La Gran Colombia, 1991.
(78) Cita de la Vida de Bolívar para los niños, por Simón Latino, 3ª ed., México, 1946, P. 41.

Fuente:
EN EL CARIBE COLOMBIANO, SEÑALES DE UN PROCESO. Tomo I
Páginas 115 a 133. URL, del texto completo: <http://academico.unicordoba.edu.co:8080/dspace/bitstream/123456789/376/1/LITERATURA+CARIBE+1.pdf>
Elaborado por: José Luis Garcés González. Investigación apoyada por el CIUC.

2 comentarios:

  1. Excelente publicación, gracias. Mi padre me comenta que el abuelo que fue gaitanista decía que Carlos H Pareja fue el mejor amigo de Gaitán. Leyendo esta biografía veo que estaba a la talla de Gaitán.

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  2. Escribo desde Gualmatán Nariño, sur occidente colombiano, frontera con Ecuador.

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